Una idea, sin importar su tamaño ni su alcance, por buena que sea si no la desarrollamos, si no la llevamos a cabo no será más que eso, una idea. Incluso peor, podría ser una idea muerta. Aquí es donde comienzo a ver la relación y la importancia de la alimentación y de la acción como dos derivados esenciales de los vocablos “cocina” y “lucha”.
Tengo la manía de ver las revistas de atrás hacia adelante. Comienzo por el final y si llego a terminar, lo hago en la primera página. Esta “maña” también la tengo con mis proyectos. Comienzo por soñar con lo que quiero, lo que termino llamando “la idea”; la alimento desandando esa visión del futuro hasta mi hoy y voy marcando y precisando todo lo que debe ocurrir para llegar a esa última página. Es lo que defino llamando “acción”. Hay que soñarlo para poder ir tras el sueño.
En mi mente también hay un cementerio de pensamientos. Bocetos de cosas que habrían sido increíble que existieran, sueños rotos, proyecciones de un futuro inalcanzable. Ideas finalmente, ideas en estado de coma, ilusiones en terapia intensiva. Es probable que no vayan a existir porque se necesita acción. En algunas de esas ideas no ejercí una lucha correcta, ni hice uso de una cocina que las alimentara bien, a veces sólo tuve miedo y desidia, en otras parálisis, letargo. Este es el mensaje: ¡Anda! Cocina y lucha.
No importa de quién sean las ideas, sino quién las lleve a cabo.
Cocina para luchadores es un proyecto en el que todo el mundo participa, así no lo sepa. Algunos con más intensidad, otros en un submundo interior o simplemente sobreviviendo y una pequeña parte, nosotros, que lo convertimos en un libro. Un libro de fotografías y cocina inspirado en la lucha libre y los sabores mexicanos.
Llegamos a México. Mucho antes de ese arribo a Ciudad de México, desde Venezuela, yo ya había conversado por teléfono con “Hijo de Médico Asesino”, la tercera generación de un personaje glorioso de la cultura popular mexicana. Le hice varias preguntas respecto a su dieta cotidiana, pues la idea –al menos la mía– para llegar al diseño de las recetas que se van a publicar en el libro, era crear un plato a partir de esa dieta de día a día de un luchador. Y mi gran sorpresa fue (y aún lo es) que ninguno de ellos se alimenta de comida mexicana. Todos tiene una dieta estricta, hiposódica, hipocalórica, normoprotéica en algunos casos, hiperprotéica en otros.
De allí nació mi interés en conocer más de su historia, su vida, de dónde venía, en dónde se crió, qué comía, cuál es ese plato que lo haría salirse de su dieta, qué cosas quiso comer siempre y no lo hizo, porque antes de hacerse luchador enmascarado fue un luchador de la vida, de cara al viento, como yo, como todos nosotros.
Ya en su casa, en el DF, conocí a su papá “Médico Asesino”, el luchador rudo. Con él me entrevisté en persona. Una leyenda viva, un hombre con mística, un filósofo, un curandero, un chamán, un médico.
La dieta de “Hijo”, como terminamos diciéndole por cariño, siempre se basó en pollo a la plancha con lechugas, algunas sopas y a ratos otras proteínas también a la plancha. Su padre, nacido en Puebla, un estado que aporta varios de los platos nacionales de la gastronomía mexicana, lo llevaba a visitar a sus parientes cuando niño. Allí rompía la dieta y comía guisados con Mole, chiles en nogada y se escapaban para comer “orejas de elefante” (una milanesa enorme gratinada con queso chedar y jamón por encima). Le gustaban las hamburguesas pero no las comía regularmente. Eso me dio la idea para mi segunda receta.
Ya se alimentaba una idea, la de hacer dos platos para él. Un ingrediente común, el Chile Poblano.
Pensé y dibujé una manera distinta de presentarlos, de manera que no sintiera que estaba comiendo un plato “tradicional” mexicano. Ademas yo no soy mexicano y pensé que era mi oportunidad de rendir homenaje a esos sabores que –al igual que a muchos de nosotros– marcaron parte de mi infancia y de mi adolescencia. Primero dibujé una “lasaña” de chiles en nogada, en lugar de capas de pasta serían de Chile poblano. Y en vez de salsa bechamel, la nogada. Hacerlo en un molde de lasaña, y cortarlo como tal.
Con esa idea entre manos llegamos a las deliciosas cocinas del Grupo Ambrosia luego de haber hecho las compras de ingredientes frescos. Estabamos todos allí, Pablo, nuestro filmmaker, Inti, nuestro productor ejecutivo, Enrique, nuestro diseñador gráfico, Cobelo, nuestro fotógrafo documentalista, Omar y los dos luchadores.
Preparamos el guiso de relleno de nuestro plato, cortando el cerdo a cuchillo y no molido, al igual que las peras y duraznos, pasas y almendras, para que fuera un poco mas rústico y casero. Elaboramos la nogada y desgranamos la mística granada.
Justo antes de comenzar a armar el plato nos dimos cuenta que no teníamos a mano, una bandeja refractaria (como molde) y mi souchef (para este proyecto), el joven cocinero –también venezolano– Omar Pereney, me sugirió que usáramos cortadores cilíndricos y lo presentáramos como un Napoleón. Brillante solución, hermosa idea, impecable acción y grandioso resultado.
Esa fue la acción. Pasar por todas las pruebas y dificultades para estar allí, en el ring de la cocina. Partimos de una idea y la convertimos en un delicioso plato que sabe a México. Terminamos sirviéndolo en talavera poblana, una vajilla cortesía de nuestros amigos de Ánfora. Un dibujo se convierte en un platillo.
Verlo –esos sueños, ideas, proyectos– hecho realidad fue una victoria, una batalla ganada. Faltan muchas otras y pronto tendremos un libro.
Justo así, dibujo mi futuro, incluido este proyecto
Somos luchadores, nos alimentamos para vencer. Justamente, el camino, cuando se hace más complicado y oscuro, es cuanto más cerca del amanecer se está.
De las orejas de elefante comentaré en otra entrega.
Espero sea de “buen provecho”
16/12/2013











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